TEXTOS | Rubén Cherny

Una sonrisa seria

 

Es posible que una visión crítica del entorno cultural financiero que nos rodea y constituye sostenga una afectuosidad hacia el espectador y aun sea capaz de arrancarle una sonrisa?

 

La obra de Rubén Santurian se inserta con amenidad, pero también con ferocidad, en el lugar preciso de una toma de conciencia. Un lenguaje que desnuda el abrumador universo del consumo, hace evidente un tono seductor y amigablemente próximo al observador. Pero hay algo más.

 

Diseñador, arquitecto, empresario, Santurian crea desde una apoyatura ineludible para toda práctica intelectual: el espacio mercantil en el que estamos todos. Más allá de la especificidad de cada uno de sus trabajos, su ‘obra’ es una militancia que vuelve, se reitera, insiste. Se opone. Un pensamiento en construcción. Un modo de ir agregando piezas a una gran estructura anómala, tramos de una búsqueda en continua elaboración.

 

Ese modo de pensamiento progresivo e íntimo es el de la arquitectura. Inevitablemente, la arquitectura es el punto de partida, de encuentro, de llegada. En la cultura de la comunicación, la arquitectura debe ser cada vez más precisa, instantánea, directa, veloz, pero también progresivamente más sobrecargada de mensajes, de señales sobreabundantes y superfluas, sobreactuadamente minimalistas, que exaltan la ‘verdad constructiva’. Un eficaz dispositivo de aceleración de flujos y desplazamientos humanos, de mensajes en pos de resultados, en un mundo comandado por la lógica de maximización del beneficio, donde el consumo es paradigma de todas las formas de intercambio social, aun las relaciones interpersonales, afectivas y amorosas. La arquitectura ya no es auténticamente ella misma sino su representación.

 

Santurian describe la ruptura, el derroche, la saturación, la obsolescencia instantánea, los mandatos implícitos en el paraíso de invenciones que es hoy la arquitectura. Nos muestra que en el rol de construir el espacio del hipermercado social, la conductibilidad de flujos se concreta en una estética de casilleros, de módulos cambiables para una versatilidad innecesaria. Espacios neutros, desprovistos de misterio, trasparentes, geométricos, publicitarios, de máxima legibilidad, ávidos soportes de la ‘realidad’.

 

Estamos ante un tren en marcha del que parece imposible apearse como no sea para perderlo.


Un salto adelante que no admite volver la vista atrás para ver todo lo que dejamos. Somos plenamente concientes de esto, y aun más, lo hemos aceptado. Pero parece haber una esperanza en este discurso de red fury … o quizás eso sea lo que queremos ver: a pesar de todo, la arquitectura conserva esa voluntad de perdurabilidad. Los ejemplos son pocos, es cierto, pero alcanzan para sostener la idea de una disciplina que se opone a la presentificación permanente.

 

Santurian explica, ejemplifica. De pronto, está cerca de lo que sucede en la calle, habla de la vida de las personas. Un muñequito con gorrito de obrero de la construcción parece decirnos que hay otras formas de la realidad fuera de nuestro orden visible. Simplemente las cosas suceden cuando dos personas se miran. Los chicos lo saben mejor que los mayores cuando le hablan a las cosas.

 

Rubén Santurian nos invita a tomar conciencia de que estamos solos en primera persona del plural. Nos propone un pensamiento individual, para comprender que el espacio vacío, el hueco existente, entre la experiencia de vivir una vida normal en este momento en el planeta y el discurso público que se ofrece para dar sentido a esa vida es enorme. Entre el escenario y el mundo, entre el espectáculo y la vida, entre la representación y el sufrimiento, está la desolación. La gente se pierde, tiene una vida miserable, se vuelve loca en ese vacío pletórico de desechos y sueña con una realidad virtual. Cualquier cosa, cualquier cosa será buena con tal de cerrar ese vacío.

 

Podríamos imaginar que, de pronto, el mundo material, sustancial de Santurian (los caños, las botellas, los automóviles, los cartones, las chapas, los codos yola … pero también la lluvia que los moja, los pájaros que los sobrevuelan, el viento, los melones y los tomates que están dentro de heladeras en la chaotic tower, las termitas y las cucarachas … y también los perros, el moho, el agua, las madres, los dentistas, los almaceneros, los gatos) se revolviera contra la inacabable corriente de imágenes que mienten sobre el mundo. La corriente en la que el mundo está preso.

 

Podríamos imaginar que reaccionara y reivindicara la vida por fuera de la manipulación gramatical, digital, pictórica, televisiva, deportiva, abrasiva. Podríamos imaginar que se les ocurriera cómo crear abundancia sin petrificar el alma. Podríamos imaginar una rebelión de lo representado.

 

Pero no se trata solamente de lo que Santurian quiere mostrarnos. Todo proyecto artístico es una necesidad interior y un acto de generosidad; un recorrido personal e intenso en el que el autor va desnudando y descubriendo sus emociones y sentimientos. El instante en que nos sentimos libres y tenemos miedo, porque asistimos a nuestra propia intimidad preñada de infinitas cosas: padre, madre, barrio, hijos, amores, ilusiones, soledades. A través de sus imágenes Rubén Santurian nos ofrece un momento para detenernos y compartir su interioridad.

 

Se ha dicho que el artista saca al mundo de los caminos trillados y lo hace delirar. Hay un punto de calidad en la obra de Santurian contenido en un lenguaje no consumible, no amanerado, no mercantilista. Un lenguaje en el que la cuestión creativa es inseparable de la cuestión cotidiana de vivir, de ver y escuchar; intencionadamente próximo e inteligentemente crítico, opuesto a la aceleración de las sensaciones que caracterizan a la lógica del hipermercado. Un lenguaje que invita a reflexionar, a repensar. Que se opone a la estupidización, al conformismo imbécil, a la suposición de que la vida misma es un artículo de consumo. Que pide un espectador. Ni consumidor ni mero fantasma. Un sujeto.

Kafka proclamaba que no debemos perder tiempo con obras que no se nos claven como un hacha. La obra de Rubén Santurian es un hacha que nos provoca una sonrisa seria. La pequeña luz en los ojos y el rictus sonriente en el rostro de la víctima es lo que el poder no puede soportar. Esa luz es lo que un artista puede aportar hoy al mundo.

Rubén Cherny
Diciembre ‘07